El otoño de mi vida

Por Mayra Gris.

Cada estación trae consigo saludos y despedidas. La vida es así. Justo afuera de la escuela a la que asistían mis hijas, hay un parque que se viste de violeta con la llegada de la primavera. Enormes árboles de jacarandas nos ofrecen una vista esplendorosa con miles de flores en sus copas.

Recuerdo los días de mi niñez en que no solamente saludábamos a las nuevas flores de la primavera sino a las golondrinas que puntualmente llegaban durante la semana cercana al 21 de marzo. Pasaban la temporada en el techo de la cochera de la casa. Ya cuando me casé, pude saber lo que se siente tener un manzano en el jardín. Me había pasado inadvertido hasta la llegada del verano cuando él me saludó con una copa tupida de manzanas. Aunque no me ha gustado despedirme de las flores, las golondrinas y las manzanas, no puedo negar cuan agradable sorpresa fue para mi poder saludar a una planta con enormes girasoles adornando el jardín de los vecinos y que no pude dejar de contemplar durante todo el otoño.

Caminar en el piso dorado alfombrado de hojas secas provoca un sonido crujiente que junto con el olor del bosque resulta en la combinación ideal para una caminata perfecta. Completo mi fantasía de una buena tarde mi otoñal imaginándome en ese bosque al lado de mi esposo, disfrutando de su amena plática y un buen pay de calabaza. Bueno, eso ya sería el paraíso para mí.

Solo hay algo que pudiera llegar a consolarme después de tener que despedirme de las hijas y el pay, y es que junto con el invierno llega la Navidad. Bueno, ¡la Navidad es mágica! Y la empiezo a saludar desde noviembre que empezamos a sacar nuestras decoraciones, que por cierto no importa cuán hermosas y abundantes sean, siempre parecerán modestas al lado de las decoraciones que me dejan boquiabierta en los grandes almacenes y plazas o en las calles del centro de la ciudad.  Así como el jardín del vecino siempre parece más verde, a veces me parece que ocurre lo mismo con mi arbolito de Navidad; aunque cada año termino amando nuestro arbolito familiar, me enamoro de cada uno que veo por todas partes.

Y aquí entre nos, ¿sabes qué otra cosa me fascina del invierno? Las botas, las bufandas, los abrigos y las gorras.

Después de la Navidad, nos despedimos del “año viejo” para saludar al “año nuevo” con sueños y expectativas nuevas. El ciclo de la vida sigue. Cuando nacimos, dijimos hola al mundo, y algún día nos despediremos de él.

La primavera y el verano de mi vida ya han pasado. ¡Cómo los disfruté! Mi vida floreció en primavera cuando conocí a Dios y saludé al amor. En mi verano conocí a mis hijas y me despedí de mis padres. Uno podría escribir tanto sobre lo que conoció y también sobre lo que hemos tenido que dejar ir.

Hoy me siento en el otoño de mi vida y casi está por terminar. He saludado a la llegada de los suéteres y tacones bajos a mi atuendo. Saludo también a las canas. He descubierto algo peor que saludar a las canas y es ¡despedirte de ellas! Ojalá me duren hasta el invierno, ¡al menos podré peinarlas! .

Disfruto la tranquilidad del otoño. Estoy en paz. Me siento plena como el girasol, aunque más bien parezca una calabaza, pero, en fin, son exquisitas cuando están maduras…

Estoy aprendiendo que cada etapa, así como cada estación, es bella. Todo es bello en su tiempo dice Eclesiastés. Cuánta razón tiene el Predicador. ¡De cuántas cosas bellas me perdería si la primavera fuese eterna! El que si es eterno es Dios. Y Él ha estado y estará conmigo siempre.

Hay algunos días en los cuales digo: “no tengo en ellos contentamiento”. Bueno, es “lógico”, los días en el otoño y el invierno no son del todo soleados. Es en esos días cuando más valoro mi amistad con Jesús y cuando más me consuela saber que siempre está conmigo y lo que Él mira es el corazón.

Mira ésta alentadora porción de la Biblia:

“Y hasta la vejez yo mismo,

Y hasta las canas os soportaré yo;

Yo hice, yo llevaré.

Yo soportaré y guardaré.”

Isaías 46:4

Estas palabras son una promesa del Dios inmutable y eterno. Una promesa de nuestro Padre amoroso y poderoso creador. Una promesa que es mi refugio. Un refugio seguro para vivir hasta que termine el invierno.

¿En qué estación de la vida te encuentras tu?

¿Qué te hacen pensar las palabras de Isaías 46:4?

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