Seguramente has escuchado sobre “Los tres Reyes Magos” o más bien los hombres sabios de oriente que, siguiendo a una estrella encontraron a Jesús para adorarle. ¿Sabías que también hubo 3 mujeres sabias en la historia de la primera Navidad? Sus nombres eran Elizabet, María y Ana.
Elizabeth estaba casada, María estaba soltera y Ana era viuda; cada una de ellas tuvo que lidiar con un problema diferente en su vida. Elisabet tuvo que lidiar con el dolor de la decepción, María tuvo que lidiar con la ansiedad del cambio y Ana tuvo que lidiar con la pena de la pérdida.
Cada una tuvo que vencer algo: Elizabet tuvo que vencer al resentimiento y la amargura, María tuvo que vencer sus miedos y Ana tuvo que vencer su aflicción. Ellas vencieron al tomar decisiones sabias.
Lucas 1 refiere que Elizabet era recta e intachable delante de Dios junto con su esposo. Agradaba a Dios con su vida. A pesar de ser estéril no era una persona amargada o resentida. Un día un Ángel le dijo a su esposo que serían padres. En el versículo 13 dice que sus oraciones habían sido escuchadas. Ella nunca se rindió en sus oraciones; aún en su dolor y esperanzas frustradas, siguió orando sin caer en amargura. En el tiempo de Dios ella tuvo un hijo sumamente especial. Su hijo Juan el bautista fue llamado por Jesús como el “hombre mas grande sobre la Tierra”. Elizabeth fue bendecida porque decidió confiar en el plan de Dios en lugar de amargarse y persistió en la oración.
Otra mujer sabia de la Navidad es casualmente la prima de Elizabeth, su nombre es María. Era una mujer muy jovencita a la que un Ángel se le presentó diciéndole que había sido elegida para ser la madre de Jesús. Aún con todas las implicaciones de ello, ella respondió: “He aquí la sierva del señor; hágase conmigo conforme a tu palabra”. Al principio probablemente experimentó temor y preocupación, pues tendría que enfrentar muchos cambios, pero ella se rindió completamente al plan que Dios tenía para su vida. Eso es sabiduría, ella quería hacer la voluntad de Dios más que nada en la vida. María fue bendita porque eligió tener un corazón de sierva en lugar de creerle a sus temores.
La tercera mujer que participa en la historia del nacimiento de Jesús se llamaba Ana. Cuando María y José llevaron al niño ya nacido a presentar al templo, había allí un anciano llamado Simeón al que se le había prometido que no moriría sin haber visto con sus propios ojos al Salvador. Tomó al niño en brazos y dijo a gran voz: ¡He visto tu salvación! ¡Él es la luz que tú has enviado al mundo! Ahí había una mujer anciana que oraba mucho y casi siempre estaba en el templo. Tenía 84 años. Sólo había estado casada 7 años cuando enviudó, pero ella dijo: -“He perdido a mi esposo, el amor de mi vida, pero a partir de hoy sólo me enfocaré en Dios. Le daré a Él toda mi atención. Ana escuchó lo que Simeón dijo y ella también oró por Jesús. ¿Qué hizo sabia a Ana? Ella decidió enfocarse en amar y servir a Dios y no en la pérdida de su esposo. No se ahogó en su pena los siguientes años. En vez de eso reenfocó su vida y la dedicó a Dios.
En lugar de enfocarse en la tristeza de una situación, en la dificultad de algún cambio, o en la pérdida de un ser querido, ellas decidieron confiar, orar, creer, y redireccionar su amor; actitudes sabias con las que vivieron con gozo. Actitudes que podríamos imitar.
Basado en un mensaje navideño de Rick Warren, adaptado por Mayra Gris.
Artículo publicado en Revista Alianza. Diciembre 2021.

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